Con la Violencia contra las Mujeres se da una circunstancia que es difícil de encontrar en el caso de otras violencias y es su justificación desde muy diversos discursos; conscientes como somos de que no es lo políticamente correcto (y aquí van interrogantes, porque lo cierto es que ha habido tiempos mejores para la defensa de los derechos humanos en general y de las mujeres en particular… y no hace tantos años!), decía que es necesario hilar muy fino para legitimar una violencia sin que se note.

Encontramos discursos de muchos tipos a las que también las mujeres, que hemos sido socializadas en el mismo medio, nos adherimos:

  •  «es una defensa del hombre contra las provocaciones femeninas» 
  • «es condenable pero en algunos casos nos desesperan» (atención al pero)
  • «es un rasgo de grupos atrasados (léase gentes foráneas…), aunque ellas les provocan»
  • «es un problema residual que afecta a un grupo muy determinado» ….

Encontraríamos más  justificaciones, sin duda. Todas coinciden en que esta violencia no es estructural, sino individual y a menudo directamente relacionado con patologías, dependencias,situaciones de desarraigo que disparan el nivel de estrés (como si las mujeres no estuviéramos también un poco locas, no sufriéramos de alcoholismo o no migráramos a buscar mejores oportunidades…sin violentar a nadie) . Se conceptualiza la violencia como una pérdida ocasional de control, una reacción irracional que se activa ante «la gota que colma el vaso» de las provocaciones femeninas.

Viene muy bien este razonamiento porque impide cualquier cambio social, disminuye la responsabilidad comunitaria y política y limita la definición de violencia únicamente a los casos extremos, ignorando las otras violencias: cobramos menos, hay mayor paro femenino, vivimos en mayor riesgo por el hecho de pertenecer a este sexo, tenemos sobrecarga de tareas de cuidados que no se comparten, nuestros cuerpos siguen cosificados, no disfrutamos de nuestra libertad sexual, tenemos menos oportunidades…

En un estudio conducido por la profesora Sarah Edwards y publicado en Violencia y género, 86 estudiantes universitarios, varones heterosexuales estadounidenses, respondieron varios cuestionarios y se les pidió que auto-evaluaran su probabilidad de incurrir en cierto tipo de conducta sexual, incluso obligar a una mujer a realizar un acto sexual que no desea y cometer una violación “si nadie nunca lo supiera y no hubiera consecuencia alguna”.

…. ¿cuál es el resultado?…

Un tercio de los participantes (31,7%)

¡¡un tercio!!

dijo que obligaría a una mujer a tener relaciones sexuales en una “situación que no trajera consecuencias”, y muchos no reconocerían dicha acción como “violación”.

Cuando hablamos de un violador, siempre nos imaginamos un perfil de hombre muy específico: un varón adulto, solitario, fuerte, que espera a su víctima detrás de un arbusto para acecharla. Lo cierto, es que aunque algunas violaciones puedan haber ocurrido de esta forma, este perfil no es el único ni el exacto de un violador.

En el seno de la pareja es donde se dan la mayoría de las violaciones, sólo que no se detectan como tal porque aún sigue el pensamiento de que tener pareja da derecho a obligarla a hacer ciertas cosas y exime de toda culpa y porque las chicas jóvenes se les hace creer (y esto da para otro post) que «amar es no decir nunca que no» o sea estar disponible para el disfrute de la persona «amada».

  • El llama a esto, creer que tu pareja te pertenece o es de tu propiedad.
  • Ella, miedo al rechazo, a la desaprobación, a la soledad. La soledad como desolación. Vaya trampa!

Estas conductas se están dando con mucha frecuencia últimamente, sobretodo en las parejas adolescentes y jóvenes, en las que se vuelven a dar los roles de pasividad por parte de las chicas, e hipermachismo por parte de los chicos. Las chicas que tienen estas relaciones de pareja son susceptibles de sufrir violación por parte de su pareja en algún momento.

La pregunta es,   ¿qué vamos a hacer con esto?

 

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