Durante el mes de Octubre, Medicus Mundi se puso en contacto conmigo para invitarme a desarrollar una ponencia en el II Curso de Salud, Género y desarrollo, organizado en Zaragoza. El 5 de noviembre tuvo lugar el comienzo de esta oferta formativa, que ocupa los cuatro jueves de este mes en la Universidad de Zaragoza, en concreto en la Facultad de Medicina. Ese día tuvo lugar también la sesión que me fue asignada.
Asistieron unas sesenta alumnas y alumnos de Ciencias de la Salud, la gran mayoría eran estudiantes de Medicina, Enfermería y Trabajo Social.
Varios fueron los objetivos con que Medicus Mundi programa esta oferta, y que me fueron trasladados:
- Acercar a estudiantes de carreras vinculadas a la Salud y de otras disciplinas, así como a la población en general, la realidad de las mujeres en otros rincones del mundo,
- Analizar la situación específica de las mujeres en los países más desfavorecidos,
- Dar a conocer la problemática en salud de un colectivo en alto riesgo de vulnerabilidad como es el femenino,
- Proporcionar a quienes participen los instrumentos de análisis necesarios para la comprensión crítica sobre el planteamiento del derecho a la salud como un derecho fundamental de las mujeres.
Me solicitaron que la sesión fuera dinámica y participativa, y con este fin diseñé una sesión destinada a enmarcar la intervención socio-sanitaria dentro del paradigma de los derechos humanos, incorporando dos ejes transversales: la interculturalidad y la perspectiva de género.
Ese mismo día abría el curso Concepción Tomás Aznar, doctora e investigadora de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad de Zaragoza a quien tuve el placer de escuchar y que desarrolló exhaustivamente el concepto de género así como el impacto de las discriminaciones sobre el derecho de las mujeres a la información, al acceso y a los tratamientos sanitarios.
Fue todo un gusto escucharla. Clara en su exposición, y con una inclinación incuestionable a promover la participación y la reflexión crítica del grupo entorno al tema que iba desgranando.
Yo que llevo ya un tiempo trabajando sobre cuestiones de género, rescato aquí la definición de desigualdad que nos aproximó y que creo especialmente destacable: «aquellas diferencias que son injustas, evitables, discriminatorias y sistemáticas«.
Las opiniones del grupo fueron heterogéneas. He de decir que hubo intervenciones notarias en líneas muy contrarias, rebasándose, a mi entender de forma muy peligrosa líneas fronterizas en las que ya habíamos conseguido aunar consensos, haciéndose patentes las lagunas formativas que, en cuestión de género, presentaba parte del alumnado, lagunas que llevaron a naturalizar peligrosamente algunas «diferencias» derivadas de la socialización diferencial de ambos sexos. Socialización que supone el preámbulo de futuras desigualdades y discriminaciones.
No me llamaría la atención, lamentablemente, si se tratara de otro espacio público. El trabajo de sensibilización y educación no ha alcanzado, ni de lejos, los objetivos que establece la propia Ley Orgánica estatal 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres y que, en lo que me atañe, recoge también la Ley Foral Navarra 22/2002, de 2 de Julio para la adopción de medidas integrales contra la violencia sexista.
Sin embargo, no podemos obviar que el ámbito en que se desarrollaron las ponencias es universitario, lo que representa uno de los últimos peldaños en nuestro sistema educativo. Esto de por sí, debiera ser condición sine qua non para garantizar una escrupulosa formación, especialmente en cuestiones que atañen a una población que representa algo más de la mitad de la humanidad. No en vano, la discriminación por razón de sexo es la más antigua y la que afecta de diversas formas a mayor número de personas en todo el mundo. Una discriminación que es transversal, que cruza, que intersecta y que atraviesa el resto de variables sociológicas: etnias, origen socio-económico y cultural… Es decir, que afecta a la totalidad de las mujeres -cabría aquí una referencia a los hombres que desafían el mandato normativo- sea cual sea su origen de procedencia o el lugar en que desarrollan su vida.
En este sentido, el secretario de las Naciones Unidas Ban Ki-Moon declara:
La violencia contra las mujeres es una horrenda violación de los derechos humanos, una amenaza global, una amenaza para la salud pública y un escándalo moral.
Si tenemos en cuenta, además, que quienes se están formando son futuras y futuros profesionales de la salud, todavía resultan más difícilmente aceptables las explicaciones biologicistas y pseudocientíficas aplicadas a determinadas «diferencias» (como las preferencias en chicas y chicos por juegos con claras connotaciones sexistas, etc). Esto no es algo nuevo, esto ya ocurrió (desde Aristóteles a Russeau…).
En generar las diferencias que nos caracterizan como seres únicos (las sexuales son sólo una de tantas…) intervienen multitud de factores: biológicos, genéticos… pero también (especialmente) culturales, en el sentido más amplio del término: antropológicos, interaccionales… El paradigma sistémico de la comunicación humana ha hecho aportaciones muy reveladoras en este sentido (para curiosear recomiendo la lectura de «Cambio», de P.Watzlawick). No son un problema las diferencias, lo es la discriminación (en este punto, recomiendo la lectura de este impagable artículo de Alda Facio y Lorena Fries)
Las y los profesionales que trabajamos con personas (profesionales de ayuda, de la salud, de la educación, de la intervención social…) es indispensable que sí o sí recibamos formación en este sentido -por cierto, garantizada también en la misma Ley Orgánica estatal- ¿Cómo vamos a incorporar las medidas que corrijan las desigualdades si nos es invisible el componente social que las causa?
La discriminación es violencia y es bien conocido que las violencias originan daños en la salud, ¿desde dónde se va a intervenir si no se conocen, por ejemplo, sus manifestaciones somáticas?
No hemos de olvidar que dentro de las las funciones de las y los profesionales sanitarios está la divulgación de los hábitos y estilos saludables de vida, así como la promoción de la salud entendida no como ausencia de enfermedad, sino como bienestar en todos los ámbitos de la vida. Así como la detección de situaciones de Violencia de Género (la violencia psicológica tiene características especialmente complejas)
Si me aproximo al plano más personal, he de reconocer que me entristece que personas con una vocación innegable de servicio a otras personas y a la sociedad en su conjunto, cuyo interés es aumentar la calidad de vida en todas sus formas y sin exclusiones, se vean paradójicamente excluidas de los conocimientos y las herramientas que les permitieran afinar en el diagnóstico de la realidad, garantizando una intervención socio-sanitaria más eficaz (por lo visto, más transgresora también). Evidentemente no es un problema del alumnado.
Tras la intervención de Concepción Tomás y la reparadora pausa para el café, llegó mi turno para desarrollar la sesión que bajo el título: «Salud: para todos los pueblos, para todas las personas. Un enfoque desde los Derechos Humanos» pretendió aunar las perspectivas de la interculturalidad y el género.
La ponencia alternó de forma complementaria el desarrollo de una exposición participada -con apoyo de una herramienta de presentación-, y el trabajo de análisis y reflexión en grupos pequeños sobre los diferentes marcos desde los cuales las estructuras políticas, en primer lugar, interpretan e intervienen en relación a los fenómenos migratorios.
Aquí profundizamos, desde un punto de vista ético y práctico, las características de los tres modelos estructurales, económicos y relacionales con que los países abordan las diversidades culturales: asimilacionismo, multiculturalismo e interculturalismo.
Analizamos también la figura y el papel de la mediación intercultural en situaciones de conflicto, cuyo quehacer fundamental es redefinir los conflictos en términos de aprendizaje y de enriquecimiento cultural, aproximar a todas las partes, promover el conocimiento mutuo y la empatía entre los pueblos, acompañar el desarrollo de los procesos de diálogo y negociación imprescindibles para alcanzar los acuerdos que requiere la convivencia, (que no la coexistencia). Redefinir en positivo actitudes y comportamientos que tienen su sentido lógico en la historia. Pero, sobre todo, su sentido emocional y afectivo como vía para la cohesión y la supervivencia de los pueblos. En este punto cité a Fadhila Mammar cuyo estilo es referencia en este modelo de trabajo y a quien he tenido el placer de escuchar en alguna ocasión.
Finalmente abordamos cómo intersecciona la cuestión del género con el modelo interculturalista, mostrando algunas pautas para incorporar ambas perspectivas de forma transversal a cualquier intervención de carácter socio-sanitario.
Ambos enfoques son necesarios si queremos evolucionar hacia un modelo basado en la justicia social y en la igualdad de todas las personas. Indispensable también para crear espacios libres de violencia.
Fue un gusto la participación del alumnado, tanto en los grupos de trabajo como en el pleno, dando lugar a un interesante intercambio de reflexiones. Entre todas y todos hicimos una sesión de trabajo muy bonita. Confío en que también útil.
Aprovecho para agradecer el recibimiento y la estupenda acogida a lo largo de todo el día por parte de Maite Muñoz y sus compañeras y compañeros de Medicus Mundi.
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