Somos seres sociales, estamos continuamente relacionándonos en grupo. Nos saludamos, comentamos nuestras impresiones e ideas, expresamos nuestros sentimientos en busca de apoyo, discrepamos, tratamos de resolver conflictos, pedimos favores, también necesitamos poner límites y decir que «no» en determinadas ocasiones para mantener el adecuado equilibrio, etc.
Necesitamos sentirnos parte de una comunidad, es lo que llamamos el sentimiento de pertenencia o de afiliación. Somos interdependientes lo que significa que nos necesitamos unas personas a otras, porque somos vulnerables, convivimos con la posibilidad de sufrir, con la enfermedad, con el dolor, con la fragilidad, con la limitación, con la finitud y con la muerte. La cuestión es cómo construir el equilibrio entre la necesaria aportación de las relaciones sociales y la necesidad de la autonomía, definida por Gordillo Álvarez-Valdés como:
“saber asumir los propios vínculos libremente, es ser consciente de los propios límites (…)»
No es fácil. Se trata de mantener un equilibrio entre la necesidad de vínculos y apoyos de la comunidad y la de construir y determinar la propia vida al margen de los deseos, necesidades y expectativas de ésta.
Las Habilidades Sociales, son las herramientas que nos ponen en relación con otras personas con el máximo de beneficios y con el mínimo de costes.
En el día a día mantenemos un sinfín de contactos y relaciones más o menos significativas. No todas las elegimos. Algunas nos nutren, otras nos enferman. Nuestras relaciones son nuestra responsabilidad.
Una relación sana se apoya en tres pilares:
- Congruencia: tiene que ver con la honestidad, con pedir y dar lo que realmente quiero. Pasa por establecer límites claros, definir una línea entre lo que necesito y deseo y lo que necesitan y desean las personas de nuestro entorno (de sí mismas y de mí). Implica contactar con el deseo propio y me refiero aquí a su dimensión más creativa, más íntima, más auténtica. Qué me hace bien y qué no. No me refiero al deseo dirigido y direccionado por otras personas desde la infancia (expectativas, estimulación y recompensa o desaprobación y castigo). Hablo del ser para mí, lo que me permite conectarme con lo propio, frente a los valores identitarios de la renuncia o el sacrificio. Hablo de escuchar a las «tripas». No, no es fácil.
- Principio de reciprocidad. Reconocer a la otra persona como igual, no como obligada construcción de seres idénticos, sino en términos de intercambio, de justicia, de equilibrio. Este principio puede determinar el espacio en el que decido moverme. Con quién decido relacionarme y en qué términos.
- Empatía: para poder entender dónde está la otra persona necesito conocerla, cómo es, cuales son sus legítimas necesidades. Sin presionar, sin manipular, desde la aceptación y la incondicionalidad. La empatía no presupone falta de firmeza o de límites.
“Es vivir temporalmente la vida del otro, moviéndose en ella con delicadeza y sin hacer juicios de valor”
Las habilidades sociales no son una característica de nuestra personalidad, sino un conjunto de comportamientos adquiridos y aprendidos, en la infancia y en la edad adulta, a lo largo de toda la vida. Aprendemos imitando modelos -de forma más o menos consciente,- observando, viviendo, interiorizando los comportamientos de las personas emocionalmente más significativas (el manejo de la rabia, la expresión afectiva, los cuidados, la atención y delimitación de espacios propios…)-. También imitando aquellas conductas que van a garantizar en mayor medida la aceptación de las personas que necesitamos emocionalmente (y ¡¡atención porque esto puede contravenir el principio de autonomía!! ¿cuántas veces hacemos cosas que realmente no queremos para agradar a otras personas? más aún, ¿cuántas veces lo hacemos sin conciencia de estar traicionándonos??).
Si conocemos lo que nos hace bien -o al menos lo que NO nos hace bien-, si distinguimos las relaciones recíprocas, cuidadoras, respetuosas de las que no lo son, de las utilitarias, las instrumentales, las manipuladoras, las abusivas… y si podemos mirar a la otra persona como una igual, permitiéndole expresarse y relacionarse desde donde necesite, con libertad para dar lo que y cuando quiera, tendremos mucho más fácil aprender a expresarnos de forma clara y asertiva. Para pedir los apoyos que necesitamos pero también para poner límites, con ternura y con firmeza.
Y de esto va el taller de Habilidades Sociales que propongo. Un espacio para acercarnos a la complejidad de las relaciones humanas y de la comunicación. Para entrenarnos en distintas situaciones. Para compartir, experimentar, aprender y divertirnos con el grupo.
Para mirar hacia dentro y hacia fuera.
La congruencia reduce el nivel de estrés, mejora la percepción personal y la autoestima. Aprender a distinguir las relaciones tóxicas de las sustentadas en el buen trato y en los cuidados, simplemente nos hace más felices.
¿He dicho «simplemente?»
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