Enredando en facebook encuentro el informe publicado por el observatorio Adriana Marisel Zambrano sobre el femicidio en la Argentina, es de 2014, pero me detengo a leerlo con la misma curiosidad que si fuera a fecha de hoy. Es muy cortito, recomiendo su lectura.

En cuestión de Violencia de Género, cada país presenta su propia casuística, reflejo de su sociedad: definición de la violencia, grado de in/tolerancia frente a las desigualdades, exigencia de adopción de medidas… Hay una zona común, y es la definición internacional de ésta como violencia estructural.

Más allá de las cifras y las medidas a articular en cada país, no olvidemos que causa y consecuencia son comunes, la lectura de este informe me hace replantearme la idoneidad de abrir un debate aquí sobre la necesidad de adoptar en nuestro país el término Feminicidio (o femicidio), incorporándo al lenguaje político, pero sobre todo al social, al colectivo, al de lo cotidiano, al de la calle.  

No digo que haya que renegar del término acuñado como «violencia de género», vengo dándole vueltas mas bien a la conveniencia de que pudieran convivir ambos, cada uno de ellos acotando lugares y situaciones distintas.

Veréis, el lenguaje tiene un componente altísimo de emoción.  Es el vehículo que nos conecta con otras personas y con el mundo; mundos y realidades distintas, puesto que para cada persona cada objeto, situación o emoción tiene un «peso» diferente.  Depende de muchos factores, de los valores que hayamos adquirido a lo largo de la vida…, pero sobre todo de las vivencias que hayamos tenido en relación a ese hecho….  Y esto es importante porque, al final, cuando empleamos las palabras lo que pretendemos es comunicar más allá del significado semántico del término.  Queremos transmitir, conectar, en el sentido más amplio y trascendente.

El estupendo trabajo que hicieron las mujeres feministas acordando el término «Violencia de Género» -tras arduos y sesudos debates- logró primero visibilizar una situación de violencia estructural, hasta entonces naturalizada y oculta, y después, incluirla en las agendas políticas con el encargo de impulsar y definir políticas públicas para la prevención, la intervención y, en definitiva, el cambio social.

Al hablar de género nos remitimos no a individuos sino a una categoría relacional, algo así como, cómo me defino yo en relación a ti y cómo me voy a relacionar contigo. Esto es lo que hemos aprendido, y lo que enseñamos generación tras generación. Casi sin darnos cuenta. En realidad, y muy mayoritariamente, sin darnos cuenta! Por esto la reflexión, el análisis y el cambio debe ser a nivel comunitario, es decir entre todas y todos. En la base. De abajo a arriba. Las políticas públicas deben garantizar que la necesidad de cambio atraviese a cada individuo y le comprometa.

Por esto es tan importante el lenguaje.  porque tiene la capacidad de denunciar, movilizar, activar.

 

O no.

La denominación  Violencia de Género no se comprende por la sociedad.  No ha calado su significado más amplio, el que recoge el continuum, el carácter universal, global, de pandemia…  Porque a ver, …¿entendemos por violencia de género: asaltos o violaciones sexuales, prostitución forzada, feminización de la pobreza, discriminación y explotación laboral, aborto selectivo por sexo, violencia física y sexual contra prostitutas, infanticidio femenino, castración parcial o total, ablación de clítoris, tráfico de personas, violaciones sexuales durante período de guerra, patrones de acoso u hostigamiento en organizaciones masculinas, ataques homofóbicos hacia personas o grupos de homosexuales, bisexuales y transgéneros, entre otros? 

Pero es que además, en lo más próximo, en lo cercano, en el día a día… tampoco «vemos» las violencias. Género llega a la ciudadanía como una palabra confusa, poco clara, indefinida, asociada sólo a relaciones de pareja con violencia física, y en términos de lejanía, de «es cosa de otras/os«, que además «son, ya se sabe»,  parejas desestructuradas, con problemas o con poco arraigo social. «Vamos, nada que ver conmigo».  

¿ Y por qué habría que movilizarme por cambiar algo que no me afecta? Ni como sujeto (agente) ni como objeto, es decir que no me compete porque no ejerzo desigualdad o violencia, y porque tampoco la estoy soportando.  Es cierto que es responsabilidad de las políticas públicas precisamente hacer divulgación en el sentido más pedagógico de la palabra, lograr que cale.  Pero, tal como están las cosas, ¿no ayudaría incorporar una palabra que emocionalmente contenga mayor significación?  ¿no nos ahorraríamos esfuerzos y tiempos si, así de golpe, se sintiera impelida, implicada, comprometida, toda persona al escuchar este término? Suponiendo que al resto del personal le ocurra lo que a mí, claro!

A mí la palabra «Feminicidio» me arrastra, me conmueve, me revuelve, me enreda! Me duele, me duele mucho.  Me indigna, me mueve a la rabia – a menudo dolor y rabia van de la mano-, me exaspera, no me deja quieta… Me activa, (Bueno…,  que ha sido leerla y ponerme aquí, al teclado…)  Tiene la fuerza de la muerte violenta, de la destrucción.

¡Hala, pues ya está dicho!.

Le vamos dando alguna vuelta, si os parece…

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