Con las familias hemos hecho como en otros espacios del pensamiento y de las relaciones humanas, las hemos diversificado, democratizado, abierto… ya no existe un solo modelo, un patrón único. Afortunadamente. Aparecen ahora definiciones familiares hasta hace poco impensables: mono o bi-parentales, hetero u homosexuales, acogimiento, acogida, adopción…, pero también distintas formas de relacionarse sea cual sea la definición o composición familiar, de adjudicar papeles y tareas a cada miembro, de establecer normas, de liderar y gestionar la autoridad… y la ternura. Esto requiere de una amplia apertura, una disposición a escuchar, a aprender, a crear.. para ir definiendo y consolidando un estilo propio de convivencia armónica.
Se acabaron los puntos de referencia únicos o uniformes -como se pretendía en otras épocas-, porque la realidad y la forma de aproximarse a ella es múltiple, nadie puede otorgarse el poder para determinar cuál es la forma de hacer más adecuada (aun cuando proliferan voces «expertas» reclamando para sí las evidencias científicas del «buen hacer» en una única línea -y al mismo tiempo, en la contraria-). Y así, se establecen estilos familiares bajo formas y expresiones diversas. No me refiero ahora a las modalidades de composición familiar, estoy pensando en el estilo, en los métodos y procedimientos que dirigen y acompañan nuestra manera de mirar, de estar, de interpretar las conductas y necesidades, y por tanto, de educar.
Necesitamos re-inventar estrategias distintas que impliquen el manejo de una serie de destrezas cuya complejidad puede, en ocasiones ponernos en apuros. Habilidades de negociación entre la pareja educadora (progenitores, referentes, tutoras-es…), de diálogo para acordar criterios educativos; la delimitación clara de jerarquías (y no hablo de autoritarismo, sino de funcionalidad, de eficacia, de trabajo en equipo) sin que esto nos incapacite para la ternura y el profundo respeto hacia la creación de una identidad nueva y diferente. Necesitamos desarrollar competencias de relación que posibiliten entender el mundo desde otras miradas, la habilidad en la expresión afectiva y en el manejo del enfado, la puesta de límites (con su dosis de claridad y firmeza, pero también de ternura), la delimitación con respecto a las familias de origen, el establecimiento de espacios personales y sociales propios -de pareja e individuales-, el incremento de actitudes como: flexibilidad frente a rigidez, capacidad de análisis y cuestionamiento personal, escucha, apertura y tolerancia, respeto a los ritmos y necesidades en cada etapa del desarrollo, capacidad de adaptación, de permitir que las criaturas («txikis» y menos «txikis») experimenten y tomen sus decisiones de forma autónoma, para aprender a equivocarse y también para encontrar su personal manera de hacer.
Somos conscientes, sin embargo, de que durante este proceso van surgiendo retos, algunos más inesperados que otros, a los cuales hacemos frente como podemos. Y esto es interesante porque lo que podemos hacer en ese momento, lo que nos sale, no siempre coincide con lo que querríamos haber hecho, ni siquiera con lo que consideramos mejor… y así, se nos mueve algo cada vez que nos pillamos repitiendo frases y conductas que nos juramos no imitar jamás, conscientes de entrar en contradicción, de mantener una cierta incoherencia. Será que somos personas…
Necesitamos estar bien para poder llevar a cabo esta tarea, contar con apoyos, conservar espacios de lealtad y afecto, alimentar redes sociales que nos sostengan, nos nutran y alienten debates que nos muestren formas diversas de entender la realidad. Y también mantener abiertas las vías de diálogo, sustentar y resolver nuestras necesidades de pareja en espacios bien diferenciados de nuestras funciones como progenitores, sin confundir, sin mezclar…
¿No es apasionante?
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If time is money you’ve made me a weelthiar woman.