¿Sabes cuando la chapa del capó de un coche se abolla y al suprimir esa fuerza recupera su forma original? Esto es la resiliencia. La palabra tiene su origen en el idioma latín, en el término resilio que significa volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar.  De hecho este concepto utilizado en psicología proviene del campo de la metalurgia y hace alusión a la capacidad que tienen los metales de deformarse sin quebrarse, retornando luego a su estado original.

En el ámbito de la psicología, aparece utilizado por primera vez en un artículo de Barbara Scoville en el año 1942. Edith Grotberg que desarrolló más adelante este concepto, definió resiliencia como

«La capacidad humana universal para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas o incluso ser transformada positivamente por ellas».

Preciosa esta idea de señalar las desgracias como oportunidades de las que poder aprender.  Cuántas veces hemos dicho aquello de «después de aquello, ya no soy la misma persona».

Las desgracias ponen en tela de juicio muchas de las premisas que hacen funcionar nuestra vida. Podemos activar todas las alarmas y con ella el sistema defensivo, blindándonos para escapar de la situación, para no sentir, para no sufrir. Nos volvemos personas rígidas, impermeables… y continuamos con la vida como si aquello no fuera con nosotras aferrándonos aún más a nuestra única forma de ser (buscando la seguridad de algo conocido, posiblemente).

En otras ocasiones, podemos contactar con la desaparición de las certezas, con la pérdida de los sentimientos de omnipotencia o de control sobre la propia vida. Modificamos nuestra escala de prioridades y transformamos nuestra forma de mirar la realidad.  Vamos añadiendo experiencias al bagaje de nuestra vida que nos obliga a redefinirnos cada vez de forma diferente, más completa, más flexible, más útil. Aprendemos de lo que nos ocurre, nos protegemos mejor, tomamos mayor conciencia de quienes somos, de quienes queremos ser, sobre todo, de cómo queremos ocupar el tiempo de nuestra vida.

Algunos contratiempos son «gratuitos», circunstancias que trae la vida, contingencias inevitables que duelen, porque nos separan de algo querido, porque nos colocan delante lo que no puede ser. Otros percances son consecuencias más o menos directas de nuestras decisiones, de nuestra peculiar manera de colocarnos en la vida, en relación con otras personas o con nosotras y nosotros mismos. En cualquier caso, cualquiera que sea la circunstancia que provoca nuestro sufrimiento nos da también la oportunidad de interpelarnos, de preguntarnos, de investigarnos… qué cosas me afectan, y a qué responde que me afecten de esa manera y no de otra, qué me dice esto de mí…

Puedo salir muy pero que muy airosa de cualquier circunstancia.  Si lo hago con ternura.

RESILIENCIA SIII

Tomemos como ejemplo a Boris Cyrulnick quien definió el fenómeno de la resiliencia como «un renacer del sufrimiento.» 

He escuchado versiones distintas acerca de su vida. Cualquiera de ellas merece escribir un libro.  En cualquier caso, su vida es la historia de una redención: nació en Burdeos en el seno de una familia judía emigrada de Ucrania, y con sólo cinco años contempló cómo sus padres eran deportados y asesinados en un campo de concentración.

Él logró escapar y comenzar una vida nómada que le arrastró por orfelinatos y centros de acogida. Era el típico caso perdido, un patito feo condenado a llegar a la edad adulta convertido en un maltratador, un delincuente o un tarado. Sin embargo estas mismas fueron las experiencias que le llevaron a estudiar medicina en París y más tarde, conducido por el deseo de revaluar los acontecimientos de su propia vida, empezó a estudiar psicoanálisis y posteriormente neuropsiquiatría, dedicando su carrera sobre todo al tratamiento de infancias traumatizadas. (Os recomiendo echar un vistazo a este enlace de youtube, corresponde a una charla sobre este tema para profesionales de ayuda, está subtitulado y no tiene desperdicio).

¿Salir airoso o fracasar es una decisión individual? Nada más lejos.

 “Debido a los fuertes vínculos con el mundo que los rodea, las niñas y los niños pueden valerse de una especie de “reserva” biopsíquica que les permite sacar fuerzas de flaqueza y esto es posible, sobre todo, si el entorno social está dispuesto a ayudarles.”

Los patitos feos (2002).

La resiliencia requiere necesariamente de unas condiciones en la socialización. No es mucho, pero es imprescindible.   Sólo es resiliente aquella persona que en algún momento de su vida es o ha sido amada.

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