Pigmalión es el nombre de un personaje mitológico de origen griego. El mito habla de un monarca que al no encontrar a la mujer ideal para contraer matrimonio y para suplir esta carencia, creó una serie de esculturas femeninas y terminó enamorándose de una de sus creaciones, bautizada como Galatea. Solicitó a los dioses que le infundieran vida con tanto anhelo y pasión que Afrodita transformó a Galatea en un ser humano.  El deseo transformó la realidad.

Este mito se ha representado en teatro  con la obra “Pigmalión“, escrita por el irlandés George Bernard Shaw en 1913; os sonará también de verlo en el cine.  La película «Pigmalion» dirigida por Anthony Asquith y Leslie Howard obtuvo el Oscar al mejor guión en 1938. Aunque más conocida es su versión musical My fair lady“ (protagonizada por Audrey Hepburn); ambas cintas hablan de la extraordinaria transformación de una florista de bajo nivel cultural, gracias a la fe y expectativas que el profesor Higgins ha depositado en ella.

Dirigida por George Cukor e interpretada por Rex Harrison y Audrey Hepburn

Dirigida por George Cukor e interpretada por Rex Harrison y Audrey Hepburn

Como en la leyenda, el efecto Pigmalión es el proceso mediante el cual las expectativas que tenemos sobre las personas, las cosas y las situaciones, tienden a realizarse, dicho de otra forma, las creencias y expectativas de una persona respecto a otro individuo afectan de tal manera a su conducta que el segundo tiende a confirmarlas.

Varios son los factores que se activan bajo el efecto Pigmalión:

  • Por un lado es sabido que cuando las demás personas (especialmente las más significativas) creen en nuestras posibilidades, aumenta la confianza en las propias capacidades y –por un proceso sutil y a veces inesperado- se da una modificación en el comportamiento real de B bajo presión de las expectativas de A. Generalmente se produce forma inconsciente y responde a una necesidad subyacente de reconocimiento, aprobación y aceptación (connotaciones de un estilo de relación que generalmente -lamentablemente también- es reservado para aquellas conductas o formas de ser más próximas a mi personal modo de entender la vida). Es decir, premiamos con una mayor dosis de afecto aquellas respuestas que son más parecidas a las que yo daría.
  • Por otro lado actúan, también de forma inconsciente, dos interesantes fenómenos: el filtro mental y la descalificación de lo positivo. Ambas son distorsiones, es decir formas de enfocar la realidad poco ajustadas, «errores» podríamos decir, como si nuestro cerebro nos jugara una mala pasada.
    • El filtro mental funciona al igual que el filtro para el café que retiene los posos impidiendo que pasen al agua, o un colador que separa la nata de la leche, impide que podamos observar aquellas conductas que no esperamos o no  deseamos, de forma que aunque tengan lugar igualmente, no las contabilizamos.  Por ejemplo, si defino –«etiqueto»– a una persona como desorganizada, no voy a «ver» las  conductas de orden que, sin duda, también desarrolla -a menudo de  forma paralela-. Simplemente no las tomo en consideración, me pasan des-apercibidas, es decir, no las percibo aunque se estén dando igualmente.
    • La descalificación de lo positivo actúa de forma parecida. Este mecanismo actúa de tal forma que aunque seamos conscientes de las conductas contrarias a nuestra expectativa, les otorgamos un valor infinitamente menor respecto al esperado, o  colocamos los méritos fuera de su alcance, restando a la persona protagonismo, autonomía y capacidades. Ante una persona desarreglada por ejemplo, sería algo así como «es cierto que hoy está estupenda/o, pero ¡a cualquiera le sentaría bien esa ropa!» -ignorando que ha sido él o ella quien la ha escogido y comprado-, lo que, en sí mismo, denota cuidado.

Las inmumerables investigaciones habidas desde los años 60, son concluyentes.

Desde la interesante investigación llevada a cabo por Oskar Pfungst a principios de siglo en relación al talentoso caballo de Wilhelm von Osten que, supuestamente, era capaz de realizar con éxito operaciones matemáticas y que se describe en el siguiente enlace.

Wilhelm von Osten con su caballo Clever Hans

Wilhelm von Osten con su caballo Clever Hans

Hasta los pioneros experimentos de Robert Roshental y Leonore Jacobson que en 1964 investigaron en base a la siguiente pregunta «¿las expectativas favorables de profesorado inducen por sí mismas a un aumento significativo del rendimiento escolar en su alumnado?»

En esta investigación, profesionales de la enseñanza fueron inducidos a creer, desde el principio del año escolar, que parte del alumnado era capaz de progresos considerables en los meses venideros. El profesorado pensaba que estas predicciones se basaban en los tests administrados al alumnado a finales del año precedente.  En realidad, las niñas y niños designados como conejillos de indias habían sido elegidos al azar. Sin embargo, tras algunos meses de experimentación, los test revelaban que habían progresado más que sus compañeros de clase. En un seguimiento durante los siguientes 6 meses, año y 2 años, se comprobó que existía una ventaja significativamente estadística en los resultados del coeficiente intelectual del alumnado «especial» respecto del resto, situándose un 47% con 20 puntos más respecto al 19% del resto que ganaron esos mismo puntos. Así de importante es el impacto de este fenómeno. Si lo trasladamos al caso contrario en el que las expectativas están marcadas por la desilusión o la decepción, cuesta poco imaginar la huella que deja.

 Ya lo dijo Albert Einstein:

«Todos somos genios. Pero si juzgas a un pez por su habilidad de trepar árboles vivirá toda su vida pensando que es un inútil»

En esta misma línea de trabajo el psicólogo David Rosenhan publicó en 1973 en la revista Science bajo el título «Estar cuerdo en lugares dementes» su estudio basado en la experiencia de 8 hombres -colaboradores- que simularon alucinaciones acústicas para ser internados en distintos centros psiquiátricos de 5 estados de EEUU. Los psiquiatras les «encuadraron» en función de la información previa que tenía, siguiendo propias expectativas. Una vez internados se comportaron con normalidad, lo que no impidió que fueran diagnosticados como psicóticos. En respuesta, un centro psiquiátrico retó a Roshental a enviar pseudopacientes con el fin de que su personal los detectara, fueron 19 los pseudopacientes detectados; lo cierto es que Rosenthal no llegó a enviar a nadie al hospital.

En este punto resulta absolutamente indispensable re-encontrarse con la maravillosa experiencia psico-social llevada a cabo en 1968 la maestra de primaria Jane Elliot quien decidió llevar a cabo un ejercicio pedagógico con su alumnado a raíz de la muerte de Martin Luther King y de la que os incluyo el enlace. No os lo podéis perder.

No quiero finalizar sin invitaros a leer el breve y divertido relato  que escribió Gabriel García Marquez. Creedme, ¡no tiene desperdicio!

 

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