Marcela Lagarde lo expresa perfectamente. El aprendizaje en los miedos, los juicios, la reprobación social, la doble vara con que se miden los comportamientos de mujeres y de hombres…. y la soledad, como espacio de auto-afirmación y libertad o como pérdida y desolación... No, la sociedad no nos educa igual a mujeres y a hombres.
Aprendemos a temer la soledad porque nos hace extremadamente vulnerables, nos obliga a la dependencia, al «ruido». Educadas para buscar la aprobación, nos volvemos inseguras al no tener con quién reafirmar nuestras opiniones, buscamos ansiosas un espejo que nos afirme, que respalde nuestras decisiones. En ocasiones que decida incluso por nosotras, no sea que no elijamos «bien», lo que «toca», lo que corresponde, lo que nos dará la aprobación, la aceptación del grupo. Sin embargo la soledad es lo que nos pone en contacto con lo auténtico, con lo que somos, y con lo que queremos ser. Nos confronta, nos da alas, nos aleja del ruido y nos pone en la tesitura de escucharnos.
Y es necesario escucharnos, para tomar las decisiones adecuadas, para cuidarnos también, darnos tiempos y espacios. Es una cuestión de salud mental. Para tomar decisiones, para cambiar las cosas que nos dañan necesitamos conocerlas y para eso hay que escuchar el cuerpo. Este es el trabajo pendiente, en lo individual necesitamos empoderarnos, en lo colectivo nos toca revertir, entre todas y todos, los procesos sociales que inciden en presentar una y otra vez, cansinamente, los mismos estereotipos.
Estamos en ello.
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