El otro compartí un artículo en un foro a través de Facebook «autoestima y creación de la identidad: ¿nacemos o nos hacemos?» y una persona que lo leyó me trasladó la siguiente pregunta:
 ¿Ana, como se puede motivar la autoestima en niños y hacer que se sientan seguros con lo que hacen?
Es una interesante pregunta que a menudo surge cuando trabajo en escuelas, un asunto que atañe tanto a madres y padres como a profesorado –se aprende más y mejor, y se enseña más fácilmente, a niñas y niños con capacidad de auto-motivarse y de creer en sí, en su capacidad de aprender, de resolver situaciones complicadas y en su propia valía personal y social.
Le señalé un punto que me parece especialmente importante y que desarrollo a continuación. Imaginemos una escalera compuesta por tres peldaños.
imaginemos tres peldaños de una escalera...

Imaginemos los tres primeros peldaños de una escalera…

Cada uno de ellos representa una herramienta que se considera educativa (discutible, pero de momento dejémoslo ahí). ¿La tenéis?
Voy a referirme ahora a los dos primeros.
Veréis, hemos pasado de la generación del castigo (también se llama refuerzo negativo y constituiría en nuestro ejemplo el primer peldaño) a la del premio (o refuerzo positivo que sería el segundo peldaño). Eso está muy bien, vamos avanzando… recordemos que venimos del «la letra con sangre entra», lo del castigo físico era hace dos días…
La pedagogía del castigo.

La pedagogía del castigo.

En realidad no es que hayamos terminado con la «pedagogía del castigo» que sigue muy arraigada, y que pretende obtener obediencia en base al temor -a perder algún privilegio, alguna prebenda, algún beneficio…- sino que convive con el modelo pedagógicamente más avanzado de los refuerzos, aunque –lamentablemente en demasiados casos– se utiliza también para conseguir obediencia (en esto no hay mucho cambio).
Lo de reforzar está bien porque pone el punto de mira en las capacidades, en lo positivo, en lugar de en la queja, en la dificultad, en los problemas… y eso está bien. Es mejor para las relaciones, rebaja la tensión, el ambiente es más amable, tiene beneficios también para quien recibe los refuerzos, no olvidemos que construimos nuestra autoestima y aprendemos a definirnos en «espejo», es decir, a partir de nuestro «reflejo» en otras personas, de cómo nos ven, cómo nos nombran… así es que mejor si es en positivo, claro.  Mejor si ven y nombran lo que hacemos «bien», mejor si ven nuestras capacidades y puntos fuertes.
Lo que pasa con esto es que, si os fijáis, estos dos peldaños de la escalera tienen algo en común y es que el punto de arranque está en obtener obediencia, es decir, acomodarse a las normas y criterios de otras personas, lo que viene a llamarse la heteronomía (aquí he de referirme a los estadios evolutivos del razonamiento moral, Kohlberg 1975; y a las críticas de Carol Gilligan, 1982).
Bajo la idea de que las personas adultas sabemos lo que les conviene utilizamos las estrategias que la pedagogía pone a nuestro alcance tanto para persuadirles a que efectivamente acaten unas normas de convivencia pre-establecidas, como para que corrijan sus aprendizajes, en base a NUESTRA evaluación de sus progresos.
Como si no tuvieran todo lo que necesitan...

Como si no tuvieran todo lo que necesitan…

Convertimos a las y los menores en objetos, no en sujetos. Esperamos mediante refuerzos (negativo=castigo, positivo=premio), que se plieguen a lo que hemos pensado que es mejor para ellos, en lugar de co-construir con ellas y ellos, de acompañarles en ese proceso reflexivo, analítico y emocional que les (nos) permitirá comprender mejor lo que les (nos) pasa, lo que necesitan (necesitamos), no únicamente como seres individuales sino también como seres sociales e interdependientes unos de otros.
Cada vez que trasladamos nuestra opinión procurando que cambien o afiancen una conducta «no está bien lo que has hecho» o «te has portado estupendamente, así da gusto» es la valoración externa -madre,padre, profesorado…- (y no la propia) la que vale.  Como si no tuvieran lo necesario para poder evaluar sus propios actos. No les permitimos/estimulamos a pensar por sí mismas/mismos acerca de lo que hacen, de las consecuencias para sí, para otras personas y para las relaciones.

Vamos con un ejemplo:

Pongamos que viene Andoni y me muestra su dibujo:
El dibujo de Andoni.

El dibujo de Andoni.

  • «¿Qué tal lo he hecho papá?».

Tenemos dos opciones:

1. Primer y segundo peldaño: evalúo su trabajo.

  • «¡madre mía! ¡que es esto!?, ¡pero si dibujas igual que tu hermano Iñaki que tiene dos años menos!… hijo, mucho no avanzas con esto… no es tu fuerte no…». (A veces nos pasamos un pelín, pero a fin de cuentas quién no ha tenido un mal día…)

Esto vendría a ser un refuerzo negativo -primer peldaño- (retiramos la aprobación y a veces, según cómo nos pille el día… hasta el afecto).

Puedo subir al segundo peldaño, educativamente hablando, y trasladarle un refuerzo positivo, y que no se me malinterprete… ésta es una gran aportación!, ya que en generaciones anteriores se creía que algo así reblandecía el carácter.

  • «¡Vaya! ¡qué bonitos colores! Precioso el rey, ¿porque es un rey, verdad? (Ah, que es un cocinero, es que no entiendo mucho de pintura hijo…). ¡Vaya un artista tengo en casa!.

De cualquier modo genero dependencia.  En el primer caso Andoni se sentirá avergonzado, humillado, un-poco-bastante torpe, no es probable que siga intentándolo, no está motivado y difícilmente se arriesgará a una nueva valoración de este tipo. Normal, aprende a protegerse de lo que le daña. Por supuesto no dudará nunca del criterio adulto (y menos de esta figura), en edades tempranas no pueden hacerlo (cosas del desarrollo el cerebro…, acordémonos que está en construcción todavía). En el segundo caso, se irá resplandeciente, orgulloso de sí mismo, hará crecido un par de palmos y se pondrá de ejemplo ante el mundo (al menos ante su hermano menor). Estará bien estimulado a seguir probando-se. Por este lado, está bien.

Pero, ¿por qué su afán por seguir o no intentándolo tiene que depender de nuestra apreciación?, ¿de nuestro criterio? (¿a veces del día que tengamos?).

2. Tercer peldaño: estimulo que sea él quien evalúe su propio trabajo.

  • Verás Andoni, mi opinión no es demasiado importante, al fin y al cabo lo importante es lo que te parezca a ti. ¿Cómo lo ves?, ¿estás contento con cómo te ha quedado?, ¿cómo te ha resultado de fácil?, ¿ha habido algo más difícil? y ¿cómo lo has resuelto?, ¿dirías que te ha salido mejor o peor que el último que hiciste? ¿has disfrutado haciéndolo?, ¿cambiarías algo?, ¿qué has aprendido?…Todo a la vez no, por favor, que sólo son ejemplos. 

Bueno pues a esto último se le llama auto-elogio, sería el tercer peldaño de la escalera,  y es un paso más que busca consolidar los auto-aprendizajes, la auto-motivación, la resolución de dificultades, en definitiva pone el acento en educar para la autonomía (es decir en crear el propio criterio), que tiene como base la conciencia crítica, la regulación emocional (manejo de la frustración y de otras habilidades asociadas al esfuerzo), la responsabilidad social, la empatía (que cimienta la solidaridad y la sororidad)… Evalúo lo que hago. No dependo de la visión o expectativas de otras personas. Lo mío depende de mí. Convertimos al educando en sujeto activo de su propio proceso.

Enseñarles a auto-evaluarse, a analizar sus propios avances y el producto final de su esfuerzo. Esto les convierte en personas criticas, les permite tomar sus propias decisiones, equivocarse también, resolver y mejorar. Les hace fuertes frente a la presión externa y les protege del deseo de ser o hacer para agradar a otras personas o para cumplir sus expectativas.
O sea, ayuda a construir personas autónomas. 
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