Ayer vi la película «Del revés» («inside out»). Me encantó; simplemente, me encantó. Me gusta mucho el cine y es, sin duda, de lo mejor que he visto en los últimos tiempos. Inmediatamente me llevó a reflexiones que he plasmado en anteriores posts. Algunas dando vueltas al desarrollo de la inteligencia emocional…, pero también sobre resiliencia, tema que compartí hace unos días. ¡¡Lo que es la vida!!

Así es que tenía que escribir hoy unas líneas.

Me gustó cómo están definidos los personajes, la elección de colores y formas para dar cuerpo a algo intangible y abstracto. Me gustó también cómo presentan la interacción, en una escena muy muy divertida en que se entrecruzan, en un momento de la comida, los pensamientos-sentimientos de cada protagonista de esta magnífica historia. No quiero destriparos la película, simplemente señalar que después de ver esta escena se entiende a la perfección lo difícil que resulta comunicarse, porque ¿cómo llegar a entrever siquiera la profundidad y el sentido emocional que para cada persona tiene cada experiencia?, ¿cómo compartir con otra persona tu vivencia, es decir no la situación que tienes en frente, sino lo que te remueve, te conmueve, te provoca, te activa??  ¿Cómo hacer ver a la otra persona, no, mejor, cómo hacer SENTIR a la otra persona tus propias tripas??

Esto es lo que llamamos «ponernos en la piel de la otra persona», «caminar con sus zapatos»… empatizar.  Que no es entender la situación, el hecho, por el que atraviesa.  Qué vaaaa, es muucho más complejo.  Se trata de llegar a una comprensión más profunda acerca de la vivencia, de la experiencia íntima y subjetiva que hace de esa situación. Es decir, «ver» de qué manera le atraviesa, le imbuye, le sumerge, qué significación emocional da a aquello por lo que está atravesando.

Qué difícil!! Porque las palabras no bastan.  Nos facilitan un marco, unos mínimos para entender por dónde van los tiros… Incluso cuando hablo de que una emoción me embarga, la tristeza pongamos como ejemplo, ¿cómo saber cómo es esa tristeza para mí?. ¿Qué profundidad, qué alcance tiene en este momento? ¿dónde ha echado sus raíces, con qué me conecta, qué partes de mi vida toca??

Bufff!! vaya tarea.  Bastante logramos al acercarnos, al aproximarnos a la experiencia de otra persona… Hemos de ir más allá de las palabras para mirar, observar el lenguaje corporal, cómo camina, cuál es la expresión de su mirada, sus hombros, sus manos… algo inespecífico, sin embargo infinitamente más valioso que las palabras.  Una información que irremediablemente llega a nuestro cerebro más antiguo, el que una vez puso nuestra supervivencia al alcance, y nos conecta con la intuición, tan denostada siempre y que, sin embargo, contiene la información de millones de años!!

Esto es lo que da el auténtico significado a la empatía: Cómo vive esta persona lo que le está pasando, qué significado le da, qué sentido, de qué manera afecta su vida… sin juicios. Conociendo primero su experiencia (en la 5ª acepción recogida en la RAE de la palabra «conocer»), a continuación aproximarme a esa vivencia en mis carnes. Mi propia humanidad es la que hace posible esa conexión.  La capacidad de percibir mis propios sentimientos, de conectarme con mis «tripas», para poder entender las suyas.  En qué momento yo he sentido algo parecido (probablemente en una situación diferente). No, no es fácil empatizar. Brené Brown (cuando tengas un ratico escúchala en «el poder de la vulnerabilidad») nos explica los cuatro requisitos que dedujo Theresa Wiseman para llevar a cabo una comunicación empática.

Por cierto, un pequeño (gran) matiz sobre esta escena.  Los protagonistas, madre, padre e hija comparten una de las comidas.  La madre «pide» apoyo al padre en una situación a la que siente que no puede hacer frente sola. Esta es la escena divertida (una de ellas), porque madre y padre están en espacios emocionales completamente diferentes. Y relacionales porque no les activan de la misma forma los mensajes que está enviando Raylee (la hija) en ese momento.

Comiendo con Raylee

Comiendo con Raylee

Esto se llama Género. No confundir.  No es algo genético. No es que mujeres y hombres somos diferentes porque sí, o por nuestra constitución genética o no se qué.. cuidadín.  Que este mensaje está volviendo con fuerza, peligrosamente (hasta a E. Punset se lo he escuchado, cielos!!; por cierto que él y su hija Elsa aparecen en los créditos finales).  Esto es socialización, condicionamiento. Es la manera en que prohibimos o estimulamos en chicas y chicos la regulación emocional. ¡¡Temazo para otro día!!

Observamos también que quien gobierna las decisiones de las personas, sus elecciones, sus formas de actuar son ¡¡las emociones!!, no es la capacidad analítica, reflexiva, «objetiva». Otra falsa idea a desterrar (¿alguien, por cierto, ve alguna relación con el género? –razón vs. intuición-)

Hay un momento en que la protagonista va perdiendo progresivamente «las islas de la personalidad», es decir todos los resortes que la sostienen y la nutren en los momentos más complicados, lo que vertebra su modo de ser y de sentir y que ha sido construido a lo largo de toda su vida a través de sus relaciones más significativas y sus experiencias vitales. Es decir, lo que cimienta la resiliencia.

Nada más lejos. Al momento podemos comprobar cómo lo que desaparece ante la llegada de un momento evolutivo diferente, una crisis, etc. se reemplaza por vigas nuevas construidas a partir de experiencias también nuevas, podríamos decir que se actualizan las «islas», generando otros apoyos.

Al fondo tres "islas de la personalidad"

Al fondo tres «islas de la personalidad»

Si alguna vez se pudieron construir esos soportes: confianza en una/o misma/o y en las otras personas -ser tratados con honestidad, sinceridad y respeto-, sentido de la autoestimavalía personal, etc… Si alguna vez se tuvo, se puede volver a recuperar, bajo otras siglas, con otras formas. Solo necesitamos vivir experiencias de apoyo, de solidaridad, de sororidad, de «tú eres importante para mí» .

Resiliencia en estado puro.

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